domingo, 30 de octubre de 2016

La heroicidad de Pedro Sánchez

Publicado también en Liverdades

En ocasiones, demasiadas, tras un presunto (presuntuoso) acto de valor se esconde la más tamaña y abyecta cobardía. El problema surge cuando los ilusionados espectadores aplauden y elevan a los altares a quienes protagonizan tan impostado coraje, incapaces de adivinar siquiera el miedo atroz que ocultan esos gestos de falsa heroicidad, y las desastrosas consecuencias que de ellos devienen.

 Si Pedro Sánchez realmente fuera un héroe de la democracia, el abanderado de las bases que -hay que reconocerle el mérito- ha logrado aparentar ante gran parte de la militancia socialista y de la ciudadanía en general, el 29 de septiembre hubiese convocado el Comité Federal del PSOE del 1 de Octubre para proponer a la dirección socialista la consulta a las bases que, en realidad, él -y no otros- les negó.

Sabía que esa propuesta era irrechazable. Como sabía que obtendría un apoyo mayoritario al impostado y falsario ‘No es NO’ que, a la hora de la verdad,  no tuvo el valor de llevar a las urnas de las agrupaciones socialistas.

Ya tras las elecciones del 20 de diciembre, Pedro Sánchez careció del valor suficiente para admitir que bajo su liderazgo el partido socialista no había logrado volver a seducir a su electorado. Mucho menos impedir  el avance de Podemos. Él mejor que nadie sabe que la irrupción de la formación morada fue la llave que abrió su despacho en Ferraz tras las últimas elecciones europeas y la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba. También que esa fuerza atesora gran parte del electorado perdido por el PSOE. Pero en su ya impostada y falsaria heroicidad, Sánchez no dudó presentarse ante la militancia y el electorado socialista sacando pecho por unos vergonzantes resultados que se atrevió a calificar de ¡¡¡históricos!!! Y, a mayor inri, reclamó para su persona semejante éxito. Lo sorprendente, muy sorprendente, es la  ingente cantidad de militantes que decidieron comprar ese discurso y se sintieron orgullosos del secretario general desde aquella misma noche.

Aquellos resultados, realmente históricos –aunque por su catastrófico carácter para el socialismo español- brindaron entonces al PSOE, paradójicamente, una oportunidad única de articular una mayoría de Gobierno alternativa al Partido Popular, sustentada a la izquierda por Podemos e  Izquierda Unida y apoyada por el PNV. Una alternativa que no hubiese requerido más que la abstención de las ya beligerantes e independentistas ERC y CDC. Entonces, estas fuerzas no habían pisado aún a fondo el acelerador del denominado proceso de desconexión. Y hasta es probable que si Pedro Sánchez hubiese mostrado –entonces- el valor del que hizo gala cuando ya estaba todo perdido, tal vez nunca lo hubiesen pisado tan a fondo y se hubiese podido encauzar el innegable problema del encaje de Catalunya en el Estado Español.

En su hoy más que acreditada impostura, anunció –entonces- al Comité Federal del PSOE que iba a consultar a la militancia la que muchos creyeron sería una propuesta rupturista, de izquierdas y realmente valiente. Pero, ante el temor de que el “cordón sanitario” que separa a los denominados partidos constitucionalistas de la mayoría política catalana pesara demasiado para una militancia y una dirección que, además, aún no terminaban de ver con buenos ojos un pacto con el arrogante Pablo Iglesias, optó por levantarse cuando nadie miraba de la mesa de negociación con Podemos e IU y acordó con Albert Rivera, a escondidas, un infumable pacto de gobierno condenado al fracaso, que entregaba a Ciudadanos las decisiones en materia económica y laboral, y renunciaba a las grandes reformas comprometidas por el PSOE en su programa electoral. Y eso fue, y no lo que se podía haber esperado, lo que sometió a consulta de las bases con una estrambótica pregunta que lo mismo servía para gobernar con Rivera que con Vladimir Putin. Decepcionante y poco valeroso Sánchez, pero como todo en su corta carrera como líder, sorprendentemente audaz y aparentemente exitoso.

El pacto con Albert Rivera no incluía la derogación de la reforma laboral del PP. O de la maléfica Ley Wert. Ni de la protofascista Ley Mordaza del opusino Fernández Díaz. Siquiera una propuesta de reforma fiscal mínimamente asumible para la izquierda. En su arrogante vanidad, Sánchez cayó presa de los cantos de sirena de Rivera y llegó a creer que la mera posibilidad de acabar con el Gobierno de Rajoy sería  una propuesta que el resto de partidos “no podrían rechazar”. El resultado de su falso arrojo es, como todos sabemos, la historia de cómo Pedro Sánchez fue el primer candidato a Presidente de Gobierno rechazado por el Congreso desde la restauración de la Democracia en España. Y, como consecuencia, de cómo Pedro Sánchez “venció” él solito a las encuestas, el 26 de Junio, perdiendo cinco diputados más, pero evitando el temido sorpasso de Podemos.

Si, volviendo al políticamente luctuoso presente socialista, después del 26J Pedro Sánchez hubiese propuesto a la dirección socialista someter a la militancia su cuasi mántrico “NO es NO” a Rajoy, el Comité Federal se hubiese visto obligado a aprobar la consulta, so riesgo de rebelión de las bases. Unas bases que hubiesen apoyado, con indubitada seguridad, mantenerse en el NO a Rajoy y al Partido Popular. Y ello, indefectiblemente  -pues sostener a estas alturas que había otra alternativa es, lo digan Pablo Iglesias, Agamenón o su porquero (recuérdese que el líder podemita regaló una edición de Juan de Mairena a Rajoy), ofender la inteligencia de los votantes-, hubiese desembocado en unas elecciones en las que el héroe Pedro Sánchez, qué menos, estaría obligado a ser el candidato socialista. Hubiese defendido, de verdad, su presunta dignidad y compromiso, y hecho un auténtico alarde de heroicidad, no impostado, que las bases del PSOE habrían aplaudido. Pero estaría condenado, y lo sabía,  a una tercera y estrepitosa, histórica, derrota.

Pero no. Sánchez sabía que ganar esa apuesta al Comité Federal suponía, sin remedio, el final de su carrera política. Nada libraría al PSOE del castigo por unas terceras elecciones. Rajoy las  vencería más empoderado y con las manos libres para imponer sus políticas -solo o en compañía de la derecha neoliberalísima de Ciudadanos-. A Pedro Sánchez  no le quedaría otra salida que la dimisión como líder del PSOE y -si la honestidad formara parte de su liviano equipaje político- también como diputado.

Es por eso que Sánchez prefirió volver a disfrazar su cobardía política con la capa del falso héroe y descargar en otros sus propias responsabilidades como secretario general del  PSOE. Con gran e indiscutible habilidad, y renovada audacia, logró presentarse de nuevo como el paladín  de la “democracia participativa” y abanderado del “sentimiento de las bases socialistas”. Decidió, tras una conveniente y nada sutil filtración a la prensa, proponer a un ya reticente y alarmado Comité Federal  un inédito congreso exprés con primarias a 20 días vistas, en las que se postulaba, sin recato alguno, como una suerte de caudillo del socialismo español. Exigiendo para el PSOE, ante los micrófonos de la SER, “una sola voz que sea la de su secretario general”, ergo la suya. Y, además, abrió allí mismo su personal campaña dibujando ante la opinión pública un inexistente partido socialista dividido en dos bandos en los que él representaba, por su rechazo a Rajoy, el de los buenos, sostenido por “la voz de la militancia”. En el otro, situó socarronamente a Susana Díaz y a una inexistente derecha interna, servil a las oligarquías, al Íbex35, al antes venerado grupo Prisa y, sobre todo, a los intereses del Partido Popular.

Pedro Sánchez no es un recién llegado al PSOE. Por eso sabía a ciencia cierta que tan extravagante propuesta y descripción del partido y sus dirigentes –todos menos él mismo- era inasumible para el Comité Federal y la secular cultura organizativa del partido. Lo sabía tanto como que, ahora o después de navidades, el Partido Popular iba a gobernar este país. Por eso buscó la forma de que otros asumieran el coste de tan indiscutible realidad. No hay ninguna heroicidad en su estrategia; al contrario, ocultaba el miedo cobarde a la consulta que, él y no otros, negó a las bases para no perder la gorra de capitán del socialismo español.

Si, como ocurrió, y mejor no recrearnos en los hechos y el caótico escenario resultante, el Comité Federal rechazaba el extemporáneo congreso exprés, Sánchez tenía fácil presentarse ante las bases como una víctima de esa supuesta e inexistente oligarquía cómplice de la derecha, que le impedía representar  a la militancia frente al Partido Popular. Si el Comité aceptaba el Congreso (exprés, pero Ordinario), hubiese ido a las elecciones solo unos días después como flamante Secretario General. Dado los antecedentes de todos conocidos, le hubiese bastado sumar un mísero diputado más en las urnas para presentarse la noche electoral como el nuevo mesías del PSOE, y atrincherarse durante cuatro años en su falso liderazgo, sin rendir cuentas por su tercera derrota consecutiva en unas elecciones generales. Eso sí, al precio de dejar a España en manos de la mayoría incontestable de la derecha. También, muy probablemente, hubiese cedido el timón de la Oposición a un Podemos que nunca habría soñado con tan fácil ascenso.

Con lo que no contó Pedro Sánchez era con un Comité Federal que ya estaba escarmentado de sus desplantes, su vanidad y sus presunciones por méritos nunca obtenidos. Ni siquiera tuvo la gallardía de reconocer que sin el apoyo de Susana Díaz jamás hubiera sido secretario general siendo prácticamente, como era, un desconocido para las bases del PSOE. Como tampoco la tuvo de admitir, ni tras el 20 D ni tras el 26J, que el PSOE estaba sumido en una profunda crisis de credibilidad y liderazgo cristalizada en los más de setenta diputados de Podemos e IU.

El resto es el triste, violento y vergonzante final de un falso líder que deja como legado al socialismo español fracturado, a la militancia dividida y enfrentada como no se recordaba desde los tiempos de Prieto, Largo y Besteiro, y al PSOE forzado a una abstención sin contrapartidas para evitar unas elecciones irremisiblemente letales para el partido.

Pedro Sánchez nunca fue un héroe. Ni siquiera fue un líder. Su historia en todo un tratado de la cobardía política enmascarada en el entorno 2.0. Lo sorprendente y digno de estudio es cómo ha logrado embaucar a tanta buena gente.

ACTUALIZACIÓN: Pedro Sánchez Pérez-Castejón renunció ayer a su acta parlamentaria porque, según sus propias palabras, un diputado socialista no puede votar contra una resolución y mandato expreso del Comité Federal. Es un acto de coherencia, y le honra. Ha anunciado que se echa a la carretera para intentar recuperar el liderazgo del Partido, y la hecho cargando contra el Comité Federal y los que no comparten su, al parecer, única realidad. ¿Es el suyo el currículo político que el PSOE necesita?