Publicado en Iris Pres Magazine
Admitámoslo. Hay partido. Para sorpresa de quienes pensamos que la mejor estrategia era no entrar al trapo de la beligerante campaña que reclama un ajuste de cuentas a base de reproches, menosprecio e insidias capaces de poner en duda el propio socialismo de los compañeros del partido, lo cierto es que el carácter marrullero, desafiante y peleón de la campaña de Pedro Sánchez ha resultado ser un éxito. Sorprendente. Descorazonador.
Admitámoslo. Hay partido. Para sorpresa de quienes pensamos que la mejor estrategia era no entrar al trapo de la beligerante campaña que reclama un ajuste de cuentas a base de reproches, menosprecio e insidias capaces de poner en duda el propio socialismo de los compañeros del partido, lo cierto es que el carácter marrullero, desafiante y peleón de la campaña de Pedro Sánchez ha resultado ser un éxito. Sorprendente. Descorazonador.
Pero cierto.
Los 53.117 avales que la militancia socialista
ha dado al dos veces perdedor de unas elecciones generales, y primer candidato rechazado por la Cámara Baja en una Sesión de Investidura, obliga
a reflexionar con seriedad el camino que lleva al decisivo 39 Congreso del
Partido Socialista Obrero Español.
El 26 de septiembre de 2016, Pedro Sánchez
exigió ante los micrófonos de la Cadena Ser un partido socialista “cuya única voz fuera
la de su secretario general”. Exigía para sí la última palabra por haber sido
elegido en el proceso un militante un
voto. Exigía decidir sin cuestionamientos y sin debate, porque el voto directo,
en su forma de entender la democracia de partido, inviste caudillos sin derecho
a réplica. Reclamó de quienes discrepaban de su opinión callar las propias, y negó el debate tanto a su Ejecutiva como al Comité Federal, al anunciar un
plebiscito sobre su persona al que se denominó congreso exprés. A semejante desafío lo llamó, sin ambages, “debate
ideológico”. En esta época de nuevas palabras, alumbró la posdemocracia en el PSOE.
Pedro Sánchez pidió a los miembros de su ejecutiva que transmutaran de vocales a apóstoles. Y la mitad le dijo que no. Dimitieron. Pedro Sánchez lo llamó
“golpe” y se autoproclamó mártir de una
conspiración fáctica de los enemigos del socialismo. Cuando unos día más tarde,
el Comité Federal del PSOE, democrática, estatutaria y mayoritariamente también
le dijo -a él- que no es no, se vio forzado a dimitir como secretario general del PSOE. Sánchez
exhibió -con tan notable como sorpresivo éxito- un impostado victimismo que, en
solo unas semanas obró en él el milagro
del renacimiento político en cuyos brazos porta las nuevas tablas de la
verdadera izquierda.
¿A Pedro Sánchez lo mataron? ¿O Pedro Sánchez
se suicidó? Volver a esta cuestión es el innegable éxito de Pedro Sánchez
en el primer asalto de estas Primarias. El 39 Congreso está contaminado de
rencor y venganza. Algo más de 53.000 avales así lo avalan, valga la
redundancia.
Durante estos largos siete meses, Sánchez y
sus acólitos han derramado mares de lágrimas de no es no, porfiando que sin la abstención del PSOE, él sería hoy Presidente
del Gobierno. Porque Pedro, el renacido, habría alcanzado
un pacto para superar -esta vez sí- una segunda Sesión de Investidura. O
porque, en el peor de los casos, sostienen, habría salido airoso y con las llaves de La
Moncloa tras un tercer envite electoral.
Este miércoles, Luis Ángel Sanz y Francisco
Pascual lograron que el escurridizo Sánchez, huido durante meses de los medios
de comunicación y refugiado en el plácido, familiar y administrable entorno 2.0
de Twitter, Facebook y YouTube, respondiera las preguntas claves sobre las que
sustenta su beligerante campaña por el trono
de hierro socialista.
“¿Qué habría pasado si no
hubiese sido derrocado, como dice?”, le preguntan los periodistas de El Mundo. Sánchez, gratia plena, responde sin dudar: “¡Habría habido un Gobierno
alternativo!”. “¿Con qué apoyos?”, repreguntan -era de cajón- Sanz y Pascual. Y Pedro Sánchez dice: “¡Con Podemos y Ciudadanos!”
“¿Qué le hace pensar eso?”, tercera pregunta de libro de los entrevistadores. Y Sánchez: “Ciudadanos no quería ir a terceras elecciones”. De dónde saca Pedro
Sánchez que Ciudadanos hubiera firmado con Podemos antes de ir a terceras
elecciones sigue siendo un misterio, pues solo faltó que Rivera explicara en latín su negativa al entonces aún líder socialista. Añade: “Pablo
Iglesias no podía permitirse votar dos veces en contra de un candidato
alternativo a Rajoy”. ¿En qué mundo vive Pedro Sánchez? Iglesias -al contrario
de lo que argumenta el primer candidato socialista que pierde estrepitosamente
dos elecciones generales, no dimite y encima se pide otra- lo que sí que podía
permitirse esta vez era apoyar a Pedro Sánchez en la Sesión de Investidura, a sabiendas
de que nacía, indubitadamente, fallida. No había votos de Ciudadanos, y Pedro
Sánchez no podía ofrecer el acuerdo fuera de la Constitución que los
independentistas catalanes reclamaban para ungirle Presidente.
Rivera, como Iglesias, como Rajoy,
como los partidos independentistas y, sobre todo, como los 17 dimisionarios de
la Comisión Ejecutiva y la mayoría del Comité Federal que le paró los pies el 1
de Octubre, sabían que una segunda Sesión de Investidura fallida de Pedro Sánchez
y, con o sin ella, la convocatoria de terceras elecciones favorecía a todos los partidos
del arco parlamentario menos al PSOE. Era una estrategia letal para el PSOE. Seguir
aún en este debate denota una preocupante inmadurez en quien lo propone. Pero
también en quienes no han/hemos sido capaces de cerrarlo a estas alturas.
En la realidad paralela de
Pedro Sánchez y sus sargentos (aún no
salgo de mi asombro al ver entre ellos a personas a las que tanto aprecio y admiro),
Sánchez insiste ante los periodistas de El Mundo: “En el extremo de que
hubiéramos ido a terceras, el PP y el PSOE hubieran salido reforzados. Nosotros
hubiéramos tenido más de 100 diputados.” Sánchez está convencido de que presentarse
por tercera vez después de haber sido claramente rechazado las dos anteriores
por el electorado y las propias Cortes Generales, le habría reforzado en las
urnas. Pero su currículo como líder del PSOE era, con confrontación interna o sin
ella, exactamente el mismo del 20 de diciembre
de 2015, día de su primer fracaso electoral frente a un PP que ya venía corrompido de casa, que sumaba cuatro años seguidos mermando libertades, derechos y prestaciones a los
españoles, y cuyo líder, aún habiendo mandado el famoso y manido "Luis, sé fuerte", obtuvo 2.481.476 votos más que el PSOE de Pedro Sánchez. Haberle plantado cara al establishment
socialista y al mismísimo Felipe González, o haber sido valiente y aguerrido de
las puertas de Ferraz 70 hacia dentro, no cambiaba su perfil electoral. Estas eran
sus credenciales de haberse convocado terceras elecciones. Y con
ellas, como confirmó este miércoles a Luis Ángel Sanz y Francisco Pascual, concurre a las inminentes Primarias
socialistas.
Los socialistas -ahora que todos se sienten
con el derecho a hablar en nombre de todos, yo no voy a ser menos- aman a su
partido. Lo hacen porque aman a su país. Y por encima de todo, porque aman a su
prójimo. Por ello son socialistas, y por ello militan en el PSOE. Porque buscan
y desean lo mejor para todos.
Pedro Sánchez, como este viernes le ha reprochado un sensatísimo Patxi López, exige del 39 Congreso ¿justicia?
por lo que le ocurrió el 1 de Octubre, y que, con ella obtenida, le dejen dar una vueltecita más. Y hay miles que
apoyan su demanda.
El reto de los socialistas
es armar el discurso y la estrategia de un futuro al que el PSOE está llegando ya
con retraso, pero que está obligado a construir. Pedro Sánchez vive en una
ucronía que le impide entender que ese es el reto. Y eso, para el que esto
firma, le incapacita como líder -pasado, presente o futuro- del PSOE. Y de España. No puedo entender su innegable éxito
en la recogida de avales.
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